miércoles, julio 06, 2016

Jalil


Paseo por el parque del Retiro,  bajo un sol de Julio, pero a primeras hora de la mañana aún tiene piedad de los que transitamos. El parque a estas horas casi está vacio, en una de sus calles veo algo que me llama la atención, una silla de ruedas vacia atada con una cadena a un banco, como si fuera una bicicleta que atas a una farola.

Intento imaginar cual puede ser su historia, me detengo y la fotografío con el móvil, desde un banco contiguo un anciano observa mi acción y con su voz entrecortada me dice "¿curioso, verdad?". Asiento con la cabeza y cuando paso a su lado se dirige a mi.

- En Madrid puedes ver cosas insólitas, pero todas tienen trás de sí su historia.
- ¿Y usted sabe cual es la historia de la silla de ruedas?
- Algo me contaron, ¿le interesa?
- Claro - le contestó mientras me siento a su lado - pero por favor no me trate de usted, me llamo Nicolás
- Está bien Nicolás,  yo no sé la hisotoria de primera mano, pero dicen que...

Hace un alto, como si estuviera buscando en un recodo de su memoria la historia, me he percatado que no me ha dicho su nombre, pero lo paso por alto.

- ... dicen que hará como unos  tres meses, alguien de piel morena con aspecto moro, llegó  y ató la silla al banco, se quedó mirando un rato murmurando unas palabras como un rezo, sonrió y se fue.
Parece ser que el dueño de la silla era un señor de avanzada edad al que le gustaba venir al parque y pasear, andaba rápido, todo lo que le dejaban sus piernas y sus años.
Tuvo la mala fortuna que una tarde en casa tropezó y se fracturó la cadera, a partir de ahí se dejó ir, perdió la ilusión por volver a andar, no quería salir de casa, pasaba las horas sentado en un butacón frente al mirador viendo la calle, su hijo lo intentó todo, pero no había forma. Ya le habían avisado en el hospital que a veces se dejan ir, se quedan esperando a que llegue su hora, simplemente viendo lo que les queda de vida pasar.
El hijo no se dió por vencido y   como su trabajo no le permitía pasar tiempo con él, buscó a alguien, hizo varias entrevistas pero nadie le  gustaba lo suficiente, hasta que conoció a Jalil.
Jalil había llegado a España tres meses antes, su patera alcanzó una de las playas de Cadiz, huía del hambre y la desesperación esperando que aquí fuera distinto, pero  la realidad era mucho más diferente de lo que él imaginó, pasó unas semanas en Cadiz, durmiendo entre cartones, escapando de otros mendigos, comiendo de lo que Cáritas le daba. Alguien le dijo que en Madrid podría tener más posibilidades,  y con lo que habia conseguido de la mendicidad, compró un billete de autobús.
Los primero días fueron más de lo mismo, dormir en algun cajero autómatico, aguantar los insultos e incluso los golpes de los otros mendigos,Jalil nunca pensó que hasta entre los más pobres hubiera  racismo.
Probó a vender klinex,  intentó limpiar los cristales de los coches, pero las mafias le pagaron con un brazo roto, y un montón de golpes. Fue en la iglesia donde le ayudaron a salir adelante, la iglesia y su enorme fuerza de voluntad.
 Allí le dijeron si se veía capacitado para cuidar a ancianos, él contestó que ya había cuidado a su abuelo, y de esta forma fué como le presentaron a un hombre que necesitaba de alguien que cuidara de su padre.
Cuando llegaron a casa del padre, este reaccionó de una manera que nadie imaginaba, montó en colera, "¿quien coño es ese moro para cuidar de mi?, Él se podía cuidar bien solo sin necesidad de nadie y menos de un moraco" Su hijo no daba crédito a lo que estaba escuchando, nunca su padre se había mostrado de esa manera y menos   con ese ataque racista.
 Pidió perdón a Jalil, y le quiso pagar el  tiempo que había perdido, pero Jalil le dijo que él podria ayudarle, estaba curtido ante el rechazo y los insultos, que le dejara una semana de prueba, si no podía con él, se iría.
Y acordaron que se quedaría una semana, con la condición de que el hijo no pasara por allí hasta que acabara la semana.

Los primero días fueron duros, el viejo se negaba a comer, le tiraba los platos al suelo, se negaba a todo lo que Jalil le decia, se orinaba en la cama exclusivamente para fastidiarle. Por las noches se levantaba,  encendía todas las luces de la casa, abría el frigorífico y comía dejando los restos tirados. Pero lo que no suponía era que Jalil tenía mucha más paciencia de la que él podría imaginar, recogía todo, lo limpiaba, cocinaba lo mejor que sabía.
Por la tarde se sentaba a su lado y aunque le viejo le ignoraba, Jalil le contaba cosas de su pueblo, un pueblo perdido en Marruecos, de sus costumbres, de la lucha por salir de allí.
Y el viejo le miraba de reojo cuando creía que Jalil no  miraba, sorprendido de sus historias.
Al tercer día Jalil cogió la silla de ruedas e intentó sacarlo de casa, el viejo se tiró al suelo, gritó, le amenazó con que llamaría a la policía y diría que le estaba maltratando mientras se golpeaba las piernas. Jalil lo abrazó, lo cogió por las axilas y lo volvió a sentar en su silla. No dijo nada, no hubo ningún reproche, hizo un té y se lo sirvió.
Al día siguiente lo volvió a intentar y el viejo hizo lo mismo, así dos días más, al tercero, el viejo cansado se rindió.

Bajaron a la calle, cruzaron y se internaron en el parque, en ese mismo banco donde está ahora la silla de ruedas atada, se sentaron y fue ahí cuando el viejo le contó a Jalil, como andaba todos los días, como se acercaba hasta el estanque y veía a los niños echar migas de pan a los patos, y como se sorprendían cuando una boca asomaba entre las aguas y se llevaba el trozo de pan. Lo mucho que le gustaba andar entre los árboles escuchando sólo el silencio del aire entre las ramas. Y en un acto reflejo, Jalil cogió al viejo, lo levantó y muy despacio lo arrrastro hasta el cesped, alli le descalzo, le masajeó los pies y las piernas, volvió a levantarlo y poniendo sus pies sobre los suyos empezarón a andar.

Al pasar la semana el hijo regresó, abrió la puerta y allí estaba su padre, sentado a la mesa con Jalil al lado, tomando una cerveza y un plato de aceitunas.
El viejo sonrió a su  hijo y cuando le abrazó le susurró al oido "gracias, gracias por traerme a Jalil"

Jalil estuvo con el viejo cinco meses, entre el hijo y Jalil surgió una gran amistad, cinco meses dan para mucho, cinco meses son solo un soplo.
Pero cada día en esos cinco meses, todas las tardes el viejo y Jalil bajaban al parque, y andaban, el viejo recuperó se recuperó un poco y aunque necesita de dos bastones, lo que más disfrutaba era cuando  apoyaba sus pies en los de  Jalil y caminaban juntos.

A los cinco meses el viejo enfermó, una neumonia, fue rápido, Jalil no se separó de él ni un segundo,  cuando el viejo se fue, allí estaba su hijo y Jalil.
Después de su muerte Jalil volvió a la iglesia por si podían darle otro trabajo,  le dijeron que el hijo le había estado buscando que quería hablar con él.

Quedaron en la casa, el hijo le entregó una carta.
La abrió, y empezó a leer...

"Querido Jalil, mi amigo.
Sólo escribirte unas palabras para agradecer el tiempo que has pasado conmigo, quizás no fuera todo lo bueno que debí ser, y te pido perdón por como te traté los primeros dias, pero me diste una lección que nunca olvidaré.
Has sido ante todo un amigo, un compañero sé que no hay forma de agradecertelo lo suficiente, pero al menos déjame que haga algo.
He dado orden a mi hijo para que te entrege un cheque, no es mucho, pero espero que sea lo suficiente para que vuelvas a tu pueblo, sé lo que lo echas de menos, y espero que con ese dinero puedas montar algo o llevar a cabo tus sueños.
No lo rechaces, sé que eres orgulloso, pero por favor tómalo como algo que te regala un amigo, un amigo de corazón.
Hasta siempre mi amigo, hasta siempre Jalil"

Unas lágrimas cayeron sobre la carta, el hijo le tendió el otro sobre, pero antes de cogerlo se levantó y se abrazó a Jalil.

"Aquí tienes tu hogar, siempre que quieras, siempre que vuelvas, serás bienvenido"
Jalil entre lágrimas le pidió un último favor.

El último favor fue que le diera la silla de ruedas y que bajara con él en un último paseo.
Y asi fue, dicen que llegaron los dos con la silla vacía, que se sentaron en el banco y que hablaron de sus proyectos de futuro, de que nunca perderían el contacto, y cuando la tarde moría y el sol se ocultaba tras los árboles, Jalil ató la silla de ruedas al banco, murmuró algo, seguramente un rezo, y cuando acabó sonrió.

Jalil volvió a su pueblo.  Y por lo que sé sigue en contacto con el hijo, que algunas tardes baja limpia la silla, y se sienta aquí un rato.

1 comentario:

Mila dijo...

Bonita historia Nicolas. Besos