Paseo por el parque del Retiro, bajo un sol de Julio, pero a primeras
hora de la mañana aún tiene piedad de los que transitamos. El parque a
estas horas casi está vacio, en una de sus calles veo algo que me llama
la atención, una silla de ruedas vacia atada con una cadena a un banco,
como si fuera una bicicleta que atas a una farola.
Intento
imaginar cual puede ser su historia, me detengo y la fotografío con el
móvil, desde un banco contiguo un anciano observa mi acción y con su voz
entrecortada me dice "¿curioso, verdad?". Asiento con la cabeza y
cuando paso a su lado se dirige a mi.
- En Madrid puedes ver cosas insólitas, pero todas tienen trás de sí su historia.
- ¿Y usted sabe cual es la historia de la silla de ruedas?
- Algo me contaron, ¿le interesa?
- Claro - le contestó mientras me siento a su lado - pero por favor no me trate de usted, me llamo Nicolás
- Está bien Nicolás, yo no sé la hisotoria de primera mano, pero dicen que...
Hace
un alto, como si estuviera buscando en un recodo de su memoria la
historia, me he percatado que no me ha dicho su nombre, pero lo paso por
alto.
- ... dicen que hará como unos tres meses, alguien de
piel morena con aspecto moro, llegó y ató la silla al banco, se quedó
mirando un rato murmurando unas palabras como un rezo, sonrió y se fue.
Parece
ser que el dueño de la silla era un señor de avanzada edad al que le
gustaba venir al parque y pasear, andaba rápido, todo lo que le dejaban
sus piernas y sus años.
Tuvo la mala fortuna que una tarde en casa
tropezó y se fracturó la cadera, a partir de ahí se dejó ir, perdió la
ilusión por volver a andar, no quería salir de casa, pasaba las horas
sentado en un butacón frente al mirador viendo la calle, su hijo lo
intentó todo, pero no había forma. Ya le habían avisado en el hospital
que a veces se dejan ir, se quedan esperando a que llegue su hora,
simplemente viendo lo que les queda de vida pasar.
El hijo no se dió
por vencido y como su trabajo no le permitía pasar tiempo con él,
buscó a alguien, hizo varias entrevistas pero nadie le gustaba lo
suficiente, hasta que conoció a Jalil.
Jalil había llegado a España tres
meses antes, su patera alcanzó una de las playas de Cadiz, huía del
hambre y la desesperación esperando que aquí fuera distinto, pero la
realidad era mucho más diferente de lo que él imaginó, pasó unas semanas
en Cadiz, durmiendo entre cartones, escapando de otros mendigos, comiendo
de lo que Cáritas le daba. Alguien le dijo que en Madrid podría tener
más posibilidades, y con lo que habia conseguido de la mendicidad,
compró un billete de autobús.
Los primero días fueron más de lo mismo,
dormir en algun cajero autómatico, aguantar los insultos e incluso los
golpes de los otros mendigos,Jalil nunca pensó que hasta entre los más pobres hubiera racismo.
Probó a vender
klinex, intentó limpiar los cristales de los coches, pero las mafias
le pagaron con un brazo roto, y un montón de golpes. Fue en la iglesia
donde le ayudaron a salir adelante, la iglesia y su enorme fuerza de voluntad.
Allí le dijeron si se veía
capacitado para cuidar a ancianos, él contestó que ya había cuidado a su
abuelo, y de esta forma fué como le presentaron a un hombre que necesitaba de alguien que cuidara de su padre.
Cuando
llegaron a casa del padre, este reaccionó de una manera que nadie
imaginaba, montó en colera, "¿quien coño es ese moro para cuidar de mi?,
Él se podía cuidar bien solo sin necesidad de nadie y menos de un
moraco" Su hijo no daba crédito a lo que estaba escuchando, nunca su
padre se había mostrado de esa manera y menos con ese ataque racista.
Pidió perdón a Jalil, y le quiso pagar el tiempo que había perdido,
pero Jalil le dijo que él podria ayudarle, estaba curtido ante el
rechazo y los insultos, que le dejara una semana de prueba, si no podía
con él, se iría.
Y acordaron que se quedaría una semana, con la condición de que el hijo no pasara por allí hasta que acabara la semana.
Los
primero días fueron duros, el viejo se negaba a comer, le tiraba los
platos al suelo, se negaba a todo lo que Jalil le decia, se orinaba en
la cama exclusivamente para fastidiarle. Por las noches se levantaba,
encendía todas las luces de la casa, abría el frigorífico y comía
dejando los restos tirados. Pero lo que no suponía era que Jalil tenía
mucha más paciencia de la que él podría imaginar, recogía todo, lo limpiaba, cocinaba lo mejor que sabía.
Por la tarde se sentaba a su lado
y aunque le viejo le ignoraba, Jalil le contaba cosas de su pueblo, un
pueblo perdido en Marruecos, de sus costumbres, de la lucha por salir de
allí.
Y el viejo le miraba de reojo cuando creía que Jalil no miraba, sorprendido de sus historias.
Al
tercer día Jalil cogió la silla de ruedas e intentó sacarlo de casa, el
viejo se tiró al suelo, gritó, le amenazó con que llamaría a la policía
y diría que le estaba maltratando mientras se golpeaba las piernas.
Jalil lo abrazó, lo cogió por las axilas y lo volvió a sentar en su
silla. No dijo nada, no hubo ningún reproche, hizo un té y se lo sirvió.
Al día siguiente lo volvió a intentar y el viejo hizo lo mismo, así dos días más, al tercero, el viejo cansado se rindió.
Bajaron
a la calle, cruzaron y se internaron en el parque, en ese mismo banco
donde está ahora la silla de ruedas atada, se sentaron y fue ahí cuando
el viejo le contó a Jalil, como andaba todos los días, como se acercaba
hasta el estanque y veía a los niños echar migas de pan a los patos, y
como se sorprendían cuando una boca asomaba entre las aguas y se
llevaba el trozo de pan. Lo mucho que le gustaba andar entre los árboles
escuchando sólo el silencio del aire entre las ramas. Y en un acto
reflejo, Jalil cogió al viejo, lo levantó y muy despacio lo arrrastro
hasta el cesped, alli le descalzo, le masajeó los pies y las piernas,
volvió a levantarlo y poniendo sus pies sobre los suyos empezarón a
andar.
Al pasar la semana el hijo regresó, abrió la puerta y allí
estaba su padre, sentado a la mesa con Jalil al lado, tomando una
cerveza y un plato de aceitunas.
El viejo sonrió a su hijo y cuando le abrazó le susurró al oido "gracias, gracias por traerme a Jalil"
Jalil
estuvo con el viejo cinco meses, entre el hijo y Jalil surgió una gran amistad,
cinco meses dan para mucho, cinco meses son solo un soplo.
Pero cada
día en esos cinco meses, todas las tardes el viejo y Jalil bajaban al
parque, y andaban, el viejo recuperó se recuperó un poco y aunque
necesita de dos bastones, lo que más disfrutaba era cuando apoyaba sus pies en los de
Jalil y caminaban juntos.
A los cinco meses el viejo enfermó, una neumonia, fue
rápido, Jalil no se separó de él ni un segundo, cuando el viejo se fue,
allí estaba su hijo y Jalil.
Después de su muerte Jalil volvió a la
iglesia por si podían darle otro trabajo, le dijeron que el hijo le
había estado buscando que quería hablar con él.
Quedaron en la casa, el hijo le entregó una carta.
La abrió, y empezó a leer...
"Querido Jalil, mi amigo.
Sólo
escribirte unas palabras para agradecer el tiempo que has pasado
conmigo, quizás no fuera todo lo bueno que debí ser, y te pido perdón
por como te traté los primeros dias, pero me diste una lección que nunca
olvidaré.
Has sido ante todo un amigo, un compañero sé que no hay
forma de agradecertelo lo suficiente, pero al menos déjame que haga
algo.
He dado orden a mi hijo para que te entrege un cheque, no es
mucho, pero espero que sea lo suficiente para que vuelvas a tu pueblo,
sé lo que lo echas de menos, y espero que con ese dinero puedas montar
algo o llevar a cabo tus sueños.
No lo rechaces, sé que eres orgulloso, pero por favor tómalo como algo que te regala un amigo, un amigo de corazón.
Hasta siempre mi amigo, hasta siempre Jalil"
Unas lágrimas cayeron sobre la carta, el hijo le tendió el otro sobre, pero antes de cogerlo se levantó y se abrazó a Jalil.
"Aquí tienes tu hogar, siempre que quieras, siempre que vuelvas, serás bienvenido"
Jalil entre lágrimas le pidió un último favor.
El último favor fue que le diera la silla de ruedas y que bajara con él en un último paseo.
Y
asi fue, dicen que llegaron los dos con la silla vacía, que se sentaron
en el banco y que hablaron de sus proyectos de futuro, de que nunca
perderían el contacto, y cuando la tarde moría y el sol se ocultaba tras
los árboles, Jalil ató la silla de ruedas al banco, murmuró algo,
seguramente un rezo, y cuando acabó sonrió.
Jalil volvió a su
pueblo. Y por lo que sé sigue en contacto con el hijo, que algunas
tardes baja limpia la silla, y se sienta aquí un rato.