viernes, julio 25, 2014

La Abuela

Isabel llegó a casa de su abuela, como hacía cada domingo, comía con ella.
La octogenaria abrió la puerta con una sonrisa, a pesar de su edad, vivía sola, por mucho que habían intentado convencerla de lo contrario, ella no quería rehusar a su libertad. "No tengo que dar cuentas a nadie" - contestaba cada vez que alguien de su familia se atrevía a comentar la posibilidad de una residencia.

Isabel había pasado la frontera de los 40 hace poco, con una mochila cargada de sinsabores, que no lograba deshacerse de ella. Un relacion acabada, que le habia dejado un lista de recuerdos agridulces, sobre todo porque en la pequeña ciudad donde vivía era fácil volver a encontrarle, y además de la mano de una treinteañera. Ella que se deciá que lo había dado todo por él, sus mejores años, sus amigos ahora en el olvido, ¿y qué habia recibido a cambio?  gotas de ternura, sexo racionado, y un olvido.

Su abuela apartó la cazuela del fuego, y un olor penetrante llenó la cocina, era uno de sus famosos potajes.

- Vamos, siéntate niña, que pareces que vienes de velar a un muerto, ¡Ay! si yo tuviera tu edad.
- Venga abuela déjalo...
- Si es verdad, si yo tuviera tus años no estaría con esa cara, la vida es tan corta,  yo no me puedo quejar, pero me duele verte asi, dejándote ir, mirando pasar la vida desde la ventana.
- ¿Y qué voy a hacer?, mis amigos eligieron estar con él, y sabes que yo sola no voy a ningún lado, ¡ cómo voy a viajar yo sola!
- ¡Ay, pequeña!, aún no te das cuenta de todo lo que tienes en tu mano, con esos trastos de móviles, y eso que dicen en la tele de las redes sociales... ¿viajar sola? yo que fui de Cartagena a Madrid en mis tiempos, eso si que era viajar a la aventura, ahora lo tenéis todo hecho, aviones, hoteles, y sino mira esos jóvenes que recorren el mundo de sofá en sofá, que lo he visto en españoles por el mundo, si yo pudiera...
- ¡Pero...! no me atrevo y si me pasara...
- Y si.. y si... el cementerio está lleno de gente que se harto de decir ".. y si..". Tú sabes lo que me encanta la India, en eso nos parecemos, déjame que te cuente una historia..

Aunque Isabel se hubiera negado, era una batalla perdida, la abuela no era la misma sin sus historia, y en el fondo Isabel adoraba a su abuela y las historias que contaba.

- "Hace tiempo, en un rincón de la India vivia Rajendra, con su trabajo había logrado crear una hacienda con ganado, todos los años viajaba a la ciudad a vender las mejores cabezas de su ganado. Aquel año dejó la hacienda a cargo de su hijo Faimidha. "cuida de la hacienda, volveré en tres días" le dijo. Y Rajendra partió par ala ciudad.
A la noche siguiente de su partida, un grupo de bandidos asaltó la hacienda se llevó todo lo que pudieron, quemaron la casa, y al ver a Faimidha lo secuestraron para que venderlo como esclavo.
Cuando llegó Rajendra, quedño desolado, sólo habia cenizas en el lugar donde antes vivía, buscó a Faimidha por todo la hacienda, pero sólo encontró unos restos de huesos calcinados, "mi hijo... mi probre hijo..." se dijo, los limpió y los guardo en una urna. Abandonó la hacienda y buscó una casa donde refugiarse de su dolor.
Pasado unos meses Faimidha pudo escapar de sus captores, volvió al poblado y buscó a su padre, le costó dar con con la casa donde ahora vivía, ya era de noche cuando llamó a su puerta.
- Padre, padre, soy Faimidha, he vuelto, ábreme...
El padre oyó los golpes, y creyó que eran de nuevo los ladrones que intentaban engañarle.
- Mi hijo está muerto, tengo sus huesos  entre mis brazos, iros...
- Padre.. soy yo tu hijo ábreme....
- Iros .. dejadme en paz... mi hijo está muerto.

Al final Faimidha tuvo que irse, su padre nunca le abrió la puerta."
- Pero abuela... - Mira mi niña,  muchas veces nos aferramos  a una idea a una mentira que creemos que es verdad, y nos agarramos tanto a ella que nos cuesta ver otra realidad, otras posibilidades, sólo creemos lo que tenemos en nuestras manos, en nuestra mente, y como Rajendra somos incapaces de abrir la puerta...

Isabel miró a su abuela, se acercó y la besó.

- Me muero por tu potaje abuela.
- Y yo ...

lunes, julio 07, 2014

El hombre que podía escuchar lo que escondían las palabras

Creo que tendría cuatro o cinco años, a esa edad los recuerdos se confunden, pero más o menos fue a esa edad cuando empecé a darme cuenta de eso que algunos llaman "don".
No recuerdo exactamente la edad, pero si el lugar y el momento, mi madre con su delantal blanco estaba pelando patatas, yo detrás intentaba que me hiciera caso, ella se giró, me miró como sólo una madre puede hacerlo y me dijo: "venga ve a correr con tu hermano", yo le contesté " no quiere, dice que soy muy pequeñajo y no me quiere, ¿tú si verdad, mami?" " si hijito, yo te quiero, y no se lo digas a nadie pero eres mi preferido".

Entonces como un fogonazo las palabras que flotaban en el aire se convirtieron en letras pero que nada tenian que ver con lo que había dicho mi madre, pues a duras penas pude leer " te quiero, pero él es mi preferido, anda déjame cocinar". Yo no entendía como es que la voz de mi madre había dicho una cosa pero yo podia sentir que leía su palabras, palabras escondidas.

No le di importancia, sería cosa de mi imaginación, hasta que años después, cuando fuí a reclamar una nota de un examen, el profesor me dijo claramente "te he puesto esa nota por que es exáctamente lo que has sacado" y volvió aquella sensación de que no era cierto que yo podía leer en su voz " has sacado más nota, pero sé que puedes esforzarte más y por eso te pongo un 5".
Cuando salí de la escuela no dejaba de pensar en ello, seguía poniendo en duda que aquello fuera verdad, que no fuera algo producto de mi imaginación entonces vi a mis compañeros de clase jugando al futbol, y quise hacer una prueba.

- ¿Puedo jugar con vosotros? - le dije a uno que sabía que le caía mal.
- ... bueno... vale... - dijo resignado.

Pero yo leí en sus palabras "puf ya está el paquete este espero que vaya con el otro equipo".

Aquello fue el comienzo, empecé a practicar, a concentrarme en la voz y en las palabras y entonces surgían mas nítidas en mi mente, podía escuchar lo que escondían las palabras que me decían.

Algunos lo llaman "don" y en muchos momentos fué así por que me sirvió para saber quien me mentia  o como podía mejorar las cosas, otras veces era una maldición, cuando alguien a quien quieres te dice una cosa y tu lees la contraria, muchos te quiero eran simple palabras vacias que escondían que monotonía, muchos halagos eran simple muros que escondían espero que fracases.

Nunca supe convivir con ello del todo, ni tampoco poder utilizarlo cuando yo quisiera, iba y venía a su antojo, si me preguntasen ahora si con esos cuatro o cinco años pudiera elegir tener o no tener ese don, no sabría que contestar. Aunque ya es tarde para eso.

Estoy en la cama, mi hijo está sentado mirándome, diciéndome con toda la sinceridad que puede que todo irá bien, que saldré de esta, que soy fuerte, pero yo puedo leer que no es verdad, que lo que tengo no tiene cura.

Y es entonces cuando le empiezo a contar una historia, la historia del hombre que podía escuchar lo que las palabras escondían, por que quizás, quien sabe, el tenga el mismo don.