jueves, junio 12, 2014

Catecismo

Aún recordaba aquella figura lastimera de un bello hombre ensangrentado, clavado en la cruz.
Los rezos de primera hora de la mañana,la rigidez de Sor  Fulgencia, que no permitia ni una carrera por el pasillo camino al patio de aquel colegio de monjas.

Aún recordaba como había sido educada, esperando a un amor que cuando llegó se desvaneció tan pronto, como tan pronto llegó él con olor a otro perfúme.

Y los anclajes de aquella educación la retuvo veinte años, veinte años envueltos en pañales, olor de comidas en la sartén, de frío en las sábanas, de piernas abiertas mientras él se desfogaba y ella miraba como se descorchaba el techo, al igual que su vida.

El matrimonio es para toda la vida, le decía su madre, y  si acaso pronunciaba la palabra sexo una lápida de silencia caia sobre ella.
Sin embargo en la calle, en las revistas, en la televisión, el sexo palpitaba, la palabra infiel, separación o divorcio, era mas frecuente que el bajar todos los dias a comprar una barra de pan.

Todo sucedió aquel primer domingo de octubre, cuando el nuevo párroco, un chico joven la confesaba.
"Ama a tu prójimo como a ti mismo" le dijo, "si no te amas a ti no puedes amar a nadie, Dios nos regaló la vida, esto no es un valle de lágrimas, no hay nada malo en que quieras vivir, el matrimonio no es una cadena a la que debas estar sujeta de por vida".

Aquello trastocó su existencia, "no es un valle de lágrimas.." ,"ámate a ti misma..." se repetía.

Y un día metió su vida en la maleta, dejó el viejo catecismo sobre la mesilla y cerró la puerta tras de sí.

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