martes, enero 08, 2013

La tienda de frascas



Aquel pueblo no estaba muy cerca de la costa, aunque tampoco muy lejos,bastaba un paseo para llegar a la playa.

Aquel pueblo no tenía muchos habitantes, aunque tampoco pocos, los suficientes para que pudieras saludar a los que te cruzabas camino de la plaza.

Aquel pueblo no era un pueblo triste, aunque tampoco alegre, la crisis y la desesperación se habían  hecho sus huespedes.

Y aquel hombre llegó.
Y alquiló una pequeña tienda.
Y la lleno de frascas.

Frascas que al verlas dirías que eran sólo eso, frascas, frascas vacías.

Una mañana alguien se decidió a entrar a la pequeña tienda.
Perplejo se quedó mirando las estanterias y aspiró un extraño olor dulce.

- ¿Que vende, buen amigo, sólo las botellas? - le dijo.
- Hola, no, cada botella tiene un contenido distinto, yo me las sé de memoria, una vez que haya
elegido la que más le convenga, le pongo la etiqueta y se la lleva.
- Pero... pero yo sólo veo frascas vacías.
- Eso es que sólo ve con los ojos de la razón, espere un momento.

Salió a la calle y al ratito volvió con un pequeño niño.

- ¿Podrías decirnos que ves en las frascas? - le dijo el dueño de la tienda.

El niño se quedó extrañado por la pregunta.

- Está claro, en esa de ahí hay nubes de verano, esta otra la azul, espuma de mar, en esa verde
sonrisas al despertar..

- Vale, gracias, toma esta moneda por ser tan amable.

El chico cogío la moneda y salió corriendo.

- ¿de verdad que no me está tomando el pelo?
- No, en serio, hagamos una cosa, yo le digo las frascas que tengo usted me compra una y si no es  de su agrado viene y le devuelvo el dinero.
- está bien, me parece un acuerdo justo.

El hombre le dijo lo que contenía cada una de las frascas, agua de lluvia de felicidad, hilos de seda
fluorecentes para tejer unh jersey contra la depresión, rayos de tormenta para ambientar una cena a la luz de las velas, bolitas de algodón para hacer que nieve bajo techo, pétalos de rosas y margaritas de un jardín encantado para regalar al enamorado, terrones de azucar de valor y osadía... y así una a una hasta que terminó con todas.

- Ummm es una difícil elección.
- Lo es.
- Y si me llevo varias.
- Ah perdone, se me olvidó decirle que sólo hay una regla en la compra, y es que sólo puede comprar una  frasca.
- Entonces me lo pone más dificl todavia.
- Piense que es lo que más le importa, lo que echa en falta en su vida, lo que la frasca que elija
le pueda ofrecer.

Al final se decidió por la frasca de los terrones de azucar.

- Sólo hay tres terrones,  disuelvalos en café y tómeselo.
- Así haré, hay alguien a quien no me atrevo a decirle que la quiero, si es cierto lo de su frasca
lo comprobaré, si no ¿me devolverá el dinero, verdad?
- Es un trato, yo no puedo asegurarle lo que esa persona le dirá pero si que tendrá el valor para
hacerlo.

A los dos días, el hombre volvió a la tienda acompañado de una bella chica.

Al entrar volvieron a aspirar aquel extraño olor.

- Es cierto lo que me dijo, venimos a comprar otra frasca.
- Sabe que usted ya no puede hacerlo- le dijo el dueño de la tienda.
- Si, lo sé y además con una me ha sido suficiente, es ella la que quiere comprobar que no miento.

La chica eligió la frasca que contenía brisas de mar, le encantaba despertarse con el olor a salitre de mar.

La voz corrió por el pueblo y la gente hizo cola para llevarse las frascas.
En poco tiempo la tienda se quedó vacía.
El hombre hizo su maleta, cerró la tienda y se marchó.

Aquel pueblo no fue nunca más un pueblo triste.
Aquel pueblo echó a la desesperación y la desesperanza de sus casas.
Por que aún vacías, en cada casa de aquel pueblo había una frasca.

Dicen que a los pocos días de irse aquel hombre, llegó al pueblo una brigada de la policía.
Enseñaron la fotografia del hombre, al que acusaban de estafa y de drogar a la gente con una 
extraña droga que se aspiraba y que tenía un olor extraño pero dulce, que provocaba alucinaciones.

Nadie de aquel pueblo dijo haberlo visto, y cuando la policía se marchó, abrieron la tienda.
Sobre el mostrado había dos cosas.

Sólo dos. Una frasca y una gran bolsa.

La bolsa contenía las monedas que todos habían pagado por cada frasca.
Y la frasca..

Nunca se supo, nadie quiso abrirla.
Pero aquel niño, el que entró en la tienda, dijo haber visto, dentro de la botella el final del
arco iris.

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