martes, enero 29, 2013

El tren de las 7:30

Un día más, como el de ayer presumiblemente como el de mañana.
Fría mañana la de este enero que ya agoniza.
La estación de Atocha abre su boca y como cada día me engulle, me digieren en las oficinas de un banco, donde se quedaron colgadas las ilusiones de un trabajo entre proyectos que nunca llegaron a existir y compañeros que te dicen hola y adios, sólo me sostiene un ingreso a fin de mes, simplemente soy una puta más, que odia cuando la gente le dice ".. y suerte que tienes trabajo..."
Por las tardes esa misma estación me escupe allá sobre las 7 de la tarde a las cuatro paredes que conforman mi caja de cerillas.

Una tarde cuando caminaba ya por jardín de la estación, la ví.
Estaba sentada frente al marcador luminoso que indica la llegada de los trenes.
Su pelo gris, largo para su edad, caia sobre los hombros, como lo hace la lluvia en primavera, generoso y suelto.
calcule que rondaria los 70, en sus manos de largos dedos bien cuidados, reposaba un libro, que mecia levemente como si fuera un bebe, pasaba las hojas no como se suele hacer normalmente forzandolas de la esquina inferior derecha, ella deslizaba sus dedos por la página hasta alcanzar la esquina superior suavemente como si estuviera rozando un pétalo, atrapaba la página y la deslizaba en un lento aleteo.

Su espalda recta, su mirada perdida entre las líneas de aquel libro, ascendia ritmicamente cada cierto tiempo al panel de los horarios.

La dejé atrás mientras alcanzaba las puertas corredizas de la salida, pensando que no
la volvería a ver.

Sin embargo la volví a ver al siguiente día, durante toda la semana, durante todo el mes.
Con la misma porte, leyendo y mirando los horarios, mirando los horarios y leyendo.

Una tarde, intrigado por la presencia de aquella mujer, me acerqué a una señora de información.
- Perdona, - le dije - ya sé que no es parte de tu trabajo y quizás no sepas la respuesta, pero estoy intrigado, ¿sabes quien es esa mujer?

Ella miro en la dirección que yo le indicaba, allí en el asiento, la mujer leía tranquila su libro.

- ¡Ah! Es Asunción, antes se sentaba en el interior, pero con las obras ahora está aquí.
- ¿Es que lleva más tiempo? - Le pregunté totalmente sorprendido.
- Bueno, Asunción lleva que yo sepa muchos años viniendo todas las tardes, llega sobre las 5, y se va cuando ha salido todo el pasaje del tren de Barcelona de las 7.30

Puse cara de incrédulo y ella, que en esos momentos no tenía que hacer nada, se acomodó en su silla y se dispuso a contarme una historia.

- Me han contado que Asunción estaba casada, enviudó joven, y se trasladó a un pequeño apartamento cerca de la Glorieta de Atocha. Alli conoció a Alfonso, conductor de Talgo por aquella época.
Entre viaje y viaje a Barcelona lo que en un principio fue amistad se convirtió para Asunción en la tirita que  cubrió la herida de su corazón hasta que cicatrizó. Sin embargo nunca supo que Alfonso estaba casado en Barcelona, quizás no lo dijo al principio para no perderla pero aquella mentira se fue convirtiendose en una bola de nieve que crecía más y más con el paso del tiempo.
Hasta que un día ella vino a despedirle a la estación, él conduciría la nueva locomotora Renfe 316, apodada Marylin que alcanzaba la nada despreciable velocidad de 120 km/h. "Volveré en dos días" le dijo mientras acariciaba levenmente sus labios con los suyos.
Asunción se quedó mirando en el andén como subía a la locomotora como la saludaba con le guante puesto, aquel monstruo de color plata y librea verde arrancó lentamente, como las lágrimas  que caían en el rostro de Asunción.
A los dos días vino a esperarle a la estación, pero no bajó de aquel tren, como tampoco lo hizo en los meses siguientes, desde aquel día Asunción viene a esperar la llegada del tren de las 7.30
Yo creo que sabe que nunca volverá, pero en el fondo es lo único que la mantiene con vida.

Miré a Asunción, su porte, la elegancia con la que pasaba las hojas. Decidí quedarme hasta las 7.30.
Justo en ese momento cuando en el panel de información indican la vía por la que llega el tren de Barcelona, ella cierra el libro se pone de pie y mira uno a uno a las personas que van saliendo por la puerta de desembarque. Cuando ya no queda nadie, mete el libro en el bolso, se quita las gafas las guarda en una pequeña carterita y las introduce en el bolsillo de su abrigo color ceniza.
Se da la vuelta cruza por el jardín botánico de la estación, sube por la rampa hasta la glorieta
y lleva sus pasos a la calle Delicias. Alli la pierdo de vista, emocionado aún por la historia que acabo de oir, que acabo de presenciar, atravesado como lo huberia hecho una bala disparada directamente a mi corazón, por el amor de una mujer, y no pude dejar de pensar en el paralelismo de esas historias de algunos perros que cuando mueren sus amos no se despegan del cementerio, como si esperasen que alguna vez volvieran del más allá.

Aquella noche no pude dormir, oía el traqueteo de la locomotora, las silenciosas lágrimas de Asunción, la mano enguantada de Alfonso. ¿Cuando decidió no volver, se despediría ya sabiendo que era su último beso, o fueron aquellos dos dias una tortura para él sin saber que hacer?. Nunca lo podría saber, sólo
quedaba la presencia de una anciana que cada día espera la llegada del tren procedente de Barcelona.

De pronto en la oscuridad de mis cuatro paredes se encendió una luz, Don Antonio, el vecino del 2 E, su mujer había muerto de cáncer haría 3 años, yo le había visto vagar por las escaleras de la corrala,
pasear con la mirada pérdida por la calle de Santa María de la Cabeza, incluso llegué a pensar que
algún día cerraria la puerta de su casa para no volver.

Me costó convencerle para que se dejara invitar a unas cervezas en el bar "la Barrila" de la estación, nunca había hecho de celestino, pero tenía un plan premeditado, en mi mochila guardaba el mismo
libro que Asunción estaba leyendo, el problema seria como hacer que Don Antonio se sentase al lado de ella.

Llegamos a la estación Don Antonio andaba despacio, perdido, como si ya no perteneciese a este mundo, cuando llegamos a la altura del banco donde se hallaba Asunción, cogi mi móvil como si me hubieran llamado.

- Hola, si, estoy en la estación de Atocha, aqui tengo el trabajo, ¿que ya llegas?, vale dame 5 minutos.

Le indiqué a Don Antonio que debia acercarme a la parada del cercanías a entregar un trabajo sería cuestión de unos minutos, mientras él podia esperarme sentado y para que no se aburriese le entregué el libro.
Miré de reojo a Asunción que de soslayo nos estaba mirando.

Don Antonio, se sentó y para sorpresa mía se dirigió a Asunción:

- NO le molesta que me siente aquí a su lado  ¿verdad?
- NO, por favor, hágalo.

Asunción reparó en el libro que tenía en sus manos, pero yo debía irme a cumplir con mi cita fantasma.

Volví a las 7 minutos exactos, y allí estaban los dos charlando animadamente, Asunción tenia las dos manos puestas sobre el libro cerrado, ¡¡ y las gafas guardadas en el bolsillo !!

Me acerqué.

- Don Antonio, siento tener que decirle que debo anular nuestra cerveza, he de volver a casa a terminar un trabajo, pero si me permite puedo dejarle pagado...

- Nicolás no te preocupes, no debes dejar nada pagado ya volveré yo a casa, no te preocupes.
- Me siento mal Don Antonio, déjeme al menos que...

Y volviéndome hacia Asunción le dije:

- Perdone que haya sido tan irrespetuoso al cortar su conversación, ¿me honraría si me dejara invitarla a Ud. y a Don Antonio a lo que desee?

Asunción dudó un instante, el mismo instante que tardó su mirada en volver del panel  de información, el tren de Barcelona había llegado al anden numero 7, hacía exactamente 4 minutos, los pasajeros ya estaban saliendo.

- Será un placer para mi... Nicolás.

Y allí los dejé, sentados frente a las palmeras de esa vieja estación que cada día me engulle, que cada día me vomita a mi caja de cerillas.

Y cuando las puertas se cerraban tras de mi, y el aire frio de un enero que ya agoniza roza mi cara, aún les veo sentados, charlando como si la vida empezase justo a las 7.30 cuando ya no hay trenes procedentes de Barcelona a los que esperar.


Fin.

1 comentario:

Migue dijo...

Es un buen gesto hacer de Cupido en el otoño de dos vidas...