Se levanta despacio, como si la noche sólo hubiera sido un leve suspiro y no le hubiera dado tiempo a cerrar los ojos.
El agua de la ducha corre por su piel, mientras el olor a café recién hecho termina de despertarlo.
Se viste, y sale a la calle.
No tarda mucho en llegar a la estación, baja al anden número 4.
Sobre los railes el tren parado asemeja a una ballena varada en la arena.
Él esta quieto mirando a la ventanilla, como un soldado que espera le llamen otra vez para volver al frente, como el marino que mira la mar a la espera
que se calme y volver a navegar, como el agricultor que mira al cielo esperando que las nubes del horizonte traigan la lluvia.
No hace ningún gesto, sin embargo todo el mundo pensaría que se está despidiendo de alguien, o bien que espera que alguien llegue.
Suena un pitido, la vieja ballena traquetea sobre los railes, y empieza a alejarse.
Él mira como se va, hasta que en sus retinas sólo queda un anden vacío.
Un vacío y una lágrima.
Gira sobre sus talones, sube por las escaleras mecánicas, nunca se para en ellas simplemente sube.
Vuelve a su casa con esa sensación de que alguien ha hundido su mano en su pecho arrancando de cuajo todo lo que en el había.
Son las 7.15 de la mañana. El despertador suena.
Se levanta, se ducha y sale de casa.
No mucho más tarde en el andén 4, frente al tren miara a la ventanilla como un soldado que espera le llamen otra vez para volver al frente, como el marino que mira la mar a la espera que se calme y volver a navegar, como el agricultor que mira al cielo esperando que las nubes del horizonte traigan la lluvia.
No hace ningún gesto, no saluda despidiéndose, no abre los brazos para quien llega, sólo se queda hasta que el tren ha desaparecido de su vista.
Y se gira sobre sus talones y sube por las escaleras mecánicas, nunca se para en ellas simplemente sube.
Sabe que algún día alguien regresará en ese tren.