Aquella chica era única.
Aunque nadie lo supiera, aunque si la vieras pasar pensases que no tenía nada de especial.
Y sin embargo era única, por que único era su corazón.
Tenía el corazón de cristal.
Cuando sus padres se enteraron de tal suceso, temieron que aquel corazón fuera tan frágil
que se rompiera, y entre comida y comida le daban cristal.
El corazón se fortaleció tanto que ni una punta de diamante sería capaz de arañarlo.
Sólo pequeñas muescas aparecieron en el cuando la vida le golpeó como sólo la vida sabe hacerlo.
Un día alguien robó aquel corazón, y ella se dejó.
Se dejó cuando noto el calor de sus caricias en el frío cristal, cuando vio el reflejo en el de su mirada,
cuando sintió por primera vez como aquel corazón se empañaba de felicidad.
Pero no se dio cuenta de que poco a poco fue resbalando, hasta que se deslizó en el vacío y se estrelló contra el.
El corazón se hizo mil añicos.
Y sólo estaba ella para recoger sus pedazos.
Aquel corazón ya no volvió a ser el mismo, ella lo pegó como pudo, quedaron huecos allí donde no encontró los trozos,
las aristas que antes era suaves ahora cortaban, y el reflejo se convirtió en una amalgama de imágenes inconexas.
Escondió su corazón de las miradas ajenas, y se dedicó a ver la vida pasar.
Una tarde mientras tomaba un té, un chico se sentó a su lado, sacó una pequeña agenda un lápiz y se puso a escribir.
Ella lo veía con curiosidad, cuando sus miradas se encontraron sintió que un dedo rozaba el borde de su corazón de cristal
produciendo un música silenciosa. Pensó que era sólo una ilusión, aunque estaba segura que aquella cara la había visto antes.
Días después volvió a encontrárselo en el bar. Él le sonrió cuando ella se sentó a su lado, ella volvió sentir una caricia en el borde
de su corazón, un roce que producía música.
Así fue como dejó que aquel chico acariciara los bordes de su corazón produciendo una música que nunca antes había escuchado.
Nunca supo que aquel chico era el mismo que había visto un día en los soportales de una plaza, sentado, acariciando los bordes
de unos vasos de cristal de los cuales se desprendía una bella melodía.