lunes, mayo 30, 2011

Mensaje en una botella

Detrás de él había un pequeño pueblo de casas blancas, de gentes con el alma blanca.
Pensaba que por fin, quizás había encontrado su sitio.
Y sin embargo estaba allí, en la playa, sentando en la arena, viendo amanecer, con una botella en sus manos.
Había escrito toda la noche. Toda la noche había roto hoja tras hoja lo que había escrito.
Hasta que en una pequeña nota volcó sus deseos y sueños, la metió en la botella, puso un corcho y se dirigió a la playa.

"Sé que alguien lo leerá"- se dijo.
Se levantó y con todas sus fuerzas arrojó la botella al mar.
La corriente arrastró la botella mar adentro, cuando se perdió de vista, giró tras sus pasos y regresó.

No muy lejos de allí, en una playa cercana, una chica pasea, sueña con príncipes azules que le roben el corazón, cuando a lo lejos un brillo llama su atención, las olas, como si de una mano invisible se tratara, acercan la botella a sus pies.

Ella ve un papelito dentro, algo de agua ha entrado en la botella.
La abre, saca el papel esperando ver lo que hay escrito.
Su corazón palpita.
Pero el papel está en blanco, restos de tinta ilegible borrados por el agua de mar recorren la hoja.
Vuelve a introducir la nota en la botella, y cuando llega a casa la deja en la alacena.

Ella nunca supo lo que él había escrito, él nunca supo que nadie leería su nota

viernes, mayo 20, 2011

Reencuentro

El invierno azotaba aquel paraje, como si quisiera no perderse el espectáculo.
Estábamos a mediados de noviembre, a las puertas de Madrid, aquel año de 1936.
Me acurrucaba en mi nido de ametralladora, fumaba escondido, con mi fusil Mauser de 7,92 mm. al lado.
Aún me preguntaba que estaba haciendo allí. Ni siquiera tenía ideas políticas, un chaval no sabe de esas cosas.
Sin embargo había visto muchas más atrocidades que la mayoría de adultos, cómo soldados republicanos habían
entrado en la iglesia de mi pueblo, violado a las monjas y torturado, para después crucificarlo, al sacerdote.
No tardó mucho tiempo el otro bando de cobrarse venganza, aquello parecía una carrera para ver quien de los
dos bando podía ser más cruel.

Cuando mi pueblo pasó al bando nacional, me reclutaron, y ahora estoy a las puertas de Madrid.
En mi agujero tiemblo de miedo, al atardecer vemos pasar los aviones cargados con sus bombas incendiarias, desde aquí
se ven las columnas de fuego en el centro de la ciudad.
Ayer nos atacaron con piezas de artillería de 77 mm, tuve suerte, salté de mi agujero y me refugié entre los restos de un Tanque T-26
antes de que mi posición volara por los aires.
Tenemos noticias de Asensio, esta noche atacaremos, hemos de cruzar al otro lado del rio Manzanares, hay tropas de la columna catalana en la ciudad
universitaria.

A mi alrededor los árboles arrancados de cuajo por los morteros, alargan sus sombras como fantasmas que esperan a la carnicería que está por llegar,
se agacharan y con sus ramas recogerán los restos de los cuerpos destrozados por las balas. Quiero borrar esos pensamientos de mi cabeza, sólo deseo que
si me llega la hora sea una muerte rápida.
El sol huye y la noche cae, muchos caerán también y no volverán a ver un nuevo amanecer. Duermo un poco, un mano golpea mi hombro, se acerca el momento de lanzarse al ataque, unas cuantas bengalas alumbran el espacio entre las trincheras.
Gritos endemoniados, y nos lanzamos a la carrera, llevo mi mauser apuntando a todo lo que se mueve por delante, explosiones, balas silbando y los primeros gritos de dolor y muerte rompen la noche.
Corro, corro y corro, hasta que caigo en otro hoyo de protección. Es una locura no sé donde está la línea del frente, los obuses estallan a mi lado, arrancan los pocos árboles que se mantenían en pie. Todos son gritos, peticiones de auxilio tragadas en una oscuridad absoluta sólo rasgada por los estallidos.
En frente de mi oigo ruidos, mi corazón se acelera, estoy muerto de miedo, imagino el frio metálico de una bayoneta atravesar mi estómago, asomo la cabeza, disparo y un grito me dice que he acertado en el blanco.
Sólo oigo sus lamentos, me está destrozando los nervios, le grito que se calle, y él me contesta con suplicas de que le ayude, que no le deje allí tirado.
Salgo de mi nido de ametralladora, repto hacia él en la oscuridad, y tiro de su ropa.
Ya en el agujero le tapo la boca, y le susurro que un grito más y le vuelo la cabeza, no sería capaz de hacerlo, pero sé que el miedo es capaz de de todo.
Obedece, le palpo para asegurarme que no lleva ninguna arma, y noto mi palma mojada de su sangre, mi bala le ha atravesado el costado pero ha salido limpiamente, cojo unas tiras de tela y tapono su herida.

Con el resplandor de una granada nuestras miradas se cruzan, veo el miedo en sus ojos, como seguramente el habrá visto el mio.
Nos cubre el silencio, hasta que de mi mochila saco un trozo de chocolate y se lo ofrezco.
Come.
Yo callo.
Entonces él empieza a decirme que es de un pueblo de Aragón, que sus padres se mudaron cuando él era pequeño a Madrid, que lo reclutaron a la fuerza, como a muchos otros de los dos bandos.
Yo le digo que soy también de pueblo, que como a él me dieron un fusil, me enseñaron a disparar y desfilar un poco, hasta ahora que he ido sobreviviendo.
Nos volvemos a callar.
Las primeras luces del alba dibujan nuestras figuras, es poco mayor que yo, pero está mucho mas delgado, y me mira, con esos ojos en los que puedo ver un pozo negro donde él baña sus temores, ¿me matara? ¿que será de mi?
Mete su mano en su chaqueta, y saca una foto, me la enseña, sus padres. Detrás casi ilegible una dirección calle Leganitos.
- Por favor cuando toméis Madrid, visita a mis padres, y diles cuanto les quiero que nunca les he olvidado.

Me coge del brazo y me casi echándose encima hace que se lo jure.

Y yo se lo juro, por que pienso que podría ser yo el que estuviera en su lugar.
Aparece un sargento, me da ordenes de unirme a unos cuantos soldados, vamos a pasar el rio Manzanares. Mira al prisionero, lo levanta y le señala a un grupo, no muy lejos de compañeros que también han sido capturados.

Cuando se va, a empujones, se gira y grita. "calle Leganitos", el sargento le golpea y cae al suelo, se levanta y se une al grupo de prisioneros.

Al final no entramos en Madrid hasta el 28 de Marzo, cuando por fin pude acercarme a la calle, el edificio era un amasijo de piedras e hierro. Intenté averiguar donde había ido su familia, pero nadie pudo decirme nada. Guardé la foto en la cartera y el tiempo pasó.
Los años pasaron.
Y con ellos la guerra quedó en un amargo y doloroso recuerdo.

Estamos en un siglo nuevo, he tenido una vida de la que sólo puedo quejarme de una cosa, ella me dejó antes, siempre quise ser yo el primero en morir y sin embargo ella partió antes que yo.
No hace mucho tiempo, llamaron a mi puerta, traían un certificado preguntando por Diego Carcelán Oriol, se habían equivocado, era el portal siguiente y sin embargo ese nombre...

Pasé varios días intentando recordar, hasta que una noche volvía a revivir el ataque a Madrid, el miedo y esa foto, la foto.
Me acerqué a su casa, y un anciano en silla de ruedas me abre la puerta.
Me mira y le miro, no digo nada pero le entrego una fotografía cuarteada.
Una lágrimas caen de sus ojos, y me invita a pasar.
Nos ponemos al día, me cuenta como fue trasladado a un campo de prisioneros cerca de Toledo, como al acabar la guerra buscó a sus padres, por suerte sobrevivieron, emigraron, y luego él volvió se casó, su mujer murió... la vida.
Yo le cuento que busqué a sus padres pero el edificio había sido bombardeado, que estuve semanas recorriendo aquellas calles en busca de alguien a quien entregar la foto, pero que al final la guardé para no olvidar nunca.

Ahora, por las mañanas le recojo temprano, vamos a la estación de Atocha, en ese pequeño jardín botánico, nos sentamos, y vemos a la gente pasar, unos con prisas por ir a su trabajo, otros cargados de maletas y esperanzas, abrazos y despedidas.
A veces recordamos aquellos viejos tiempos antes de que la guerra nos arrebatara parte de nuestra vida, sin embargo nunca hablamos de aquella noche en la que nos conocimos.

martes, mayo 10, 2011

Muda

La puerta se cerró.
Y tras ella quedó el silencio, el abandono y la soledad.

Se había ido, sin más, simplemente giró el pomo de la puerta y se fué.

Y allí quedó ella.
Y sus palabras, y su voz despegaron de sus labios y salieron volando para no volver.
Así dejó de hablar.


Pasó el tiempo, sus palabras crecían en su garganta pero morían en sus labios. Ningún sonido, ni un susurro.
Lo habían intentado todo, médicos, curanderos, hasta varias sesiones con un psicólogo de prestigio, pero su voz
seguía callada, y todos llegaban a un punto en común, el amor le quitó el habla, el amor se la devolverá.

Un día alguien llegó a su vida.
Intentó hacerse un hueco, poco a poco, sin importarle el silencio de ella.

Una tarde ella abrió la boca, al principio sólo fué un ligero aire, luego se tornó en un leve susurró hasta que que se formaron unas letras que vibraron en sus cuerda vocales.
Él se lleno de estupor, la miró perplejo y extrañado.

Había hablado , había pronunciado un nombre... pero no fué el suyo