martes, septiembre 28, 2010

Te fuiste

Te fuiste sin avisar, cuando la noche apaga las luces, y es difícil adivinar que se esconde en la mirada.
Quizás fué el cansancio, quizás bajaste los brazos y ya no quisiste luchar más.
Te fuiste dejándo todo atrás.

¡Cómo me hubiera gustado cogerte del brazo y detenerte!
¡Cómo me hubiera gustado gritarte: "No te vayas, no me dejes solo"!

Pero te fuiste.

Y aunque ha pasado el tiempo, te sigo echando de menos, siento el vacio que dejaste, ese mismo que a veces intento llenar en una lucha conmigo mismo, por que sé que es imposible lograrlo.

¡Cuantas palabras se quedaron si decir, cuantos "te quiero" prendidos en los labios, mudos, sin decidirse a saltar!
Ahora sería capaz de decirtelo, de gritártelo, de escribirtelo, cuando ya es demasiado tarde.

Mis recuerdos se convierten en recuerdos, y aún así recorro las calles que tantas veces tu y yo caminamos, sigo oyéndote cantar, sigo viéndote sonreir, sigo sintiéndote aunque ya no estes.

Te fuiste, y uno debe aprender a vivir con tu ausencia, conviviendo con el fantasma de tu sombra, de tu presencia, de todo aquello que sentiste y que me hiciste sentir. Aprendiendo día a día a convivir sin tu presencia.

Sé que allá donde estas, eres feliz, o al menos eso me gusta pensar, que mereció la pena tu marcha, que fuiste feliz, en los buenos momentos y quien sabe también en los malos.
Que el tiempo que te tuve, el tiempo que me tuviste, nada ni nadie lo podrá borrar, ni siquiera el olvido.

Por todo eso, cuando cada noche, me asomo a la ventana y miro al cielo, me gusta pensar que aún te acuerdas de mi, aunque yo no pueda saberlo.

Te echo tanto de menos, te quiero papá.

jueves, septiembre 16, 2010

El final del verano

Desnudo la mesa, como lo haría con el cuerpo de una mujer, despacio, lentamente, dejando que cada esquina vaya apareciendo ante mis ojos.
Sólo quedan algunas velas, lunares en la piel.
Sus sombras se alargan lentamente, mientras el sol va cerrando su actuación, cada día mas temprano.

Desparramo mi frasca de letras, aquella que lleva tiempo olvidada en la alacena, coloco en una esquina la vasija con mi lágrimas y en la otra la cajita llena de sonrisas.
Un lápiz, un papel, trocitos de un corazón unido con tiritas. Una botella llena de slencios, que vacio en un vaso de cristal azul.
Atadas con un lazo de seda verde, hay un montón de cartas empezadas, sin terminar, no llevan remitente, no está escrito el destinatario.
Enciendo una barrita de sándalo, cierro los ojos y su olor me envuelve. Los últimos rayos de sol bailan sobre una cajita olvidada en un lado de la mesa, es mi colección de “lo siento” aquellos que he ido guardando cada vez que me los he dicho a mi mismo, colección interminable de errores.
Me giro y enciendo los altavoces del ipod, como si este fuera aquella lámpara mágica del desierto, no aparece un genio para darme tres deseos, y sin embargo me ofrece un caudal de sentimientos empaquetados en canciones.
Y aquí estoy, un día más, una vez más, intentado encadenar palabras, bañando el papel en la vasija de lágrimas, poniendo al lapiz la mina de mis sonrisas para escribir con ellas.
Quizás empiece una nueva carta, que seguramente no llegue a terminar, sin destinatario, sin escribir el remitente, luego desharé el nudo del lazo de seda verde y la pondré junto a las otras.
El sol ha bajado el telón, el verano se retira corriendo. Acaricio la mesa, igual que si lo hiciera en el cuerpo desnudo de una mujer, sintiendo cada poro, evocando las veces que la vestí de blanco, virgen e inmaculada. Y con cada caricia siento que la mesa palpita bajo mis manos.

Es hora de recoger la mesa, despacio vuelvo a vestir su piel desnuda, como si acabasemos de hacer el amor, mientras Dire Straits canta: “Y que tienes al final del día, una botella de whisky y un nuevo conjunto de mentiras…”