miércoles, noviembre 25, 2009

Una vela

Una vela.
Chiquitita, encendida.
Sobre la mesa.

Su pequeña llama ilumina la estancia.
En la pared escrito con susurros: "las luces siempre prenden en el alma"

Él mira el crepitar de la llama, todas las noches permanece encendida, nunca la apaga y sin embargo la vela no se consume.

Tiene miedo.
Miedo a las noches.

Piensa que esa luz acallará sus silencios, esos que gritan dentro de su cabeza.
Silencios que gritan.

Observa el baile de la llama sobre sus sábanas, y las sombras de los besos, las caricias, de la piel sobre piel, brazos y piernas anudados en figuras imposibles, sexo de amor, amor con sexo, se esconden en cada pliegue de la ropa.

Tiene miedo.
Miedo a las noches.

Enciende la vela.
A la espera que su humo dibuje cuentos con los que poder conciliar el sueño.

Hay noches que pasea por la habitación, arriba y abajo, pendiente de esa llama para que no se apague, pendiente de un último cuento, de meterse bajo las sábanas en busca de las sombras que se esconden en cada pliegue.

Piel sobre piel, brazos y piernas anudados, sexo de amor, amor con sexo, silencios de risas.

Tiene miedo.
Miedo a las noches.

Y acerca la vela a la ventana.
Afuera la oscuridad.

La oscuridad y su vela.
Lucha entre la noche y la luz.

Se imagina como hace mucho tiempo, cuando en los pueblos costeros las gente se echaba a la playa prendiendo fogatas para avisar, entre la tormenta, a los barcos de la proximidad de la costa... ¿o era por que quizás querían que embarrancasen...?

Él pone la vela en la ventana, un pequeño punto de luz en una playa desierta, y piensa, que así, quizás los barcos de sus sueños embarranquen en su playa.

Tiene miedo.
Miedo a la noches.

domingo, noviembre 15, 2009

Las puertas del tren se abren.
Su espacio abierto es como el marco de un lienzo.
En el, como un cuadro de Modigliani se dibuja una chica, a su lado, un chico la abraza, sus ojos centellean como si la noche hubiera vertido todas sus estrellas.

Se despiden con un beso.
Sus labios se quedan pegados un instante, ella cierra los ojos, como si sus parpados fueran persianas echadas en una tarde de verano.

Echa a correr y sube al tren.
Las puertas se cierran.
El cuadro se apaga.

Y dentro de mi, algo abre las compuertas de una presa, sus aguas liberadas de su jaula corren veloces, ascienden y en una catarata infinita rebosan por mis pupilas.

A mi izquierda una vieja teje un minúsculo jersey, "para mi nieto", parece escrbir con sus manos.
En el vientre de su hija un pequeño pececito aletea, ella siente el movimiento y una descarga de felicidad la recorre.

Mi corazón se vuelve árbol, un árbol de cuyas ramas no cuelgan hojas, sino páginas de calendario.


La mecánica del corazón no puede funcionar sin emociones.

lunes, noviembre 09, 2009

Dos ancianos
Se odian.
Pero tienen un punto en común.
Ese punto se llama Aurora.

Viven en el mismo edificio, en la calle ronda de Atocha en Madrid, cuando se cruzaban en el portal o en el ascensor un "buenos dias" surgía de sus labios, se saludaban con el afecto que da ser vecinos en una ciudad de asfalto y cristal, un saludo frío, de cortesía.

Embuídos en sus problemas, una pequeña pensión que poco les dejaba más que para pagar sus gastos, en un caso, fotos amarillas de un amor que le acompañó casi toda la vida. Ocho años hacía que, como él decía le habia abandonado, dejándole solo en este mundo, simplemente a la espera de volver a encontrase con ella, su vida era una sala de espera. El otro caso, un solitario empedernido, a veces huraño, cuando le daba por hablar de él, en muy contadas ocasiones, decía que la vida lo había convertido en eso, que él antes no era así, pero que un amor lejano le partió el corazón en tantos trozos que nunca hubo nadie capaz de juntarlos de nuevo.

Asi eran aquellos dos ancianos, juntos en un mismo edificio, pero separados por sus vidas.
Hasta que llegó ese punto en común. Ese punto en común llamado Aurora.

Quiso el destino que el Ayuntamiento por las fiestas del barrio organizara una cena-baile "para mayores", en el buzón sobresalía la invitación.
En aquella colmena que eran los buzones dos sobres sobresalían.
Y como si el destino quisiera jugar con ellos, dió la casualidad, que a las 11:13 minutos de una mañana, ni un minuto menos ni un minuto más, los dos coincidieron enfrente de sus respectivos buzones.

Uno abrió el sobre, el otro también.
Leyeron la invitación.
Uno esperó que el otro dijera algo.
Un silencio.

- "Pues habrá que ir" - soltó de pronto sin convencimiento.
- "Pues habrá que ir" - corroboró el segundo, pensando para sí mismo que si aquel iba, él no iba a ser menos.

Y allí estaban ellos, puntuales, por que ¡cómo iba a llegar uno antes que el otro!. Se sentaron separados, mirándose de reojo, como si aquello fuera una competición, no hablaron mucho ,cenaron tranquilamente mientras observaban el local y al resto de las demás personas.

Cuando la cena acabó, pasaron a otra sala más grande, una pequeña orquesta amenizaba la noche, algunos, los más atrevidos ya habían empezado a bailar, otros buscaban el mejor sitio para sentarse, ver si ser vistos.

Ellos hicieron los mismo, cada uno por su lado, el más atrevido de los dos pidió un whisky con coca cola, el otro se limitó a una cerveza.

La música no dejaba de sonar, a veces era un pasoble, otras, se atrevian con alguna version moderna de algún éxito del verano, cuando entre la gente apareció ella, Aurora. No era muy guapa, pero su rostro aún conservaba una belleza serena, lo que más llamaba la atención era su estilo, su forma de andar, su elegancia.
Alguién se le acercó invitándola a bailar pero ella educadamente rechazó la proposición, miró a uno de los viejecitos, en su mirada parecía preguntar por qué no se animaba a probar suerte. El viejo bajó los ojos, bebió un trago largo de la cerveza y se quedó mirando. El otro aprovechó la indecisión, se acercó y sin esperar una contestación de ella, la sacó a bailar.

Desde lejos él vió como ambos reían, bailaban, se lo estaban pasando realmente bien, y sin embargo él se acercó a la barra pidió otra cerveza y entre la espuma ahogó sus recuerdos.

Al poco rato ella se acercó a pedir algo, el otro anciano había ido al lavabo, cuando pasó a su lado, ella se presentó:

- "Hola, me llamo Aurora" - Le tendió la mano. Él le devolvió el saludo.
- "Esperaba que me sacaras a bailar, tu amigo es muy simpático".
- "... Él no es mi amigo, ¿por que lo dice?....".
- "Bueno, así me lo ha indicado, cuando me dijo que eras un poco timido y que no serías capaz de sacar a nadie a bailar".

Aquello rebosó su paciencia, dejó el vaso de cerveza sobre la mesa, la cogió por la cintura y se deslizó con ella hasta el centro de la pista. Cuando el otro anciano salío del cuarto de baño, buscó con su mirada a Aurora, al verla allí bailando, sintió un calor interior, una rabia como hacía años no sentía.

La noche para Aurora pasó entre los bailes de uno, y de otro, aquello se convirtió en una lucha silenciosa, por ver quien bailaba y pasaba más tiempo con ella.

Aurora disfrutaba con ello, no había maldad en sus actos, pero sentirse como una jovencilla "perseguida" por dos hombres, le encendían sus mejillas.

Aquello sólo fué el comienzo, unas tardes las disfrutaba en el cine con uno, otras se dejaba invitar por el otro en un café de los Austrias. No les ocultó que quedaba con los dos, no pretendía hacerles daño, y en alguna ocasión intentó quedar con ambos a la vez, pero ellos se negaron en redondo, aquellos momentos que pasaban con ella eran un llama encendida en sus vidas.

El tiempo pasó, volando, como pasa el tiempo cuando uno no está pendiente de esperar a que llegue nada, sólo vive.
Pasó el otoño, alfombrando de amarillo y naranja las calles de Madrid, abriendo la puerta a un invierno frío y seco.

Aurora enfermó.

Y allí delante de la puerta de la habitación del hospital, dos ancianos con un ramo de flores cada uno en la mano, se pelearon.
Volaron por el pasillo las margaritas y los claveles, los enfermeros casi no podudieron sujetarlos.

Afuera el cielo desprendía bolas de algodón.
Esa fué la primera ver que le llevaron flores a Aurora, pero no sería la última.

Los dos ancianos ya no volvieron a hablarse, si se cruzaban de camino al hospital uno esperaba a que el otro se fuera.
Y sin embargo algo, que ni ellos mismos sabían. les unía, la esperanza de que Aurora saliese pronto del hospital.

Una noche aquel punto en común se difuminó, como esos que dibujan degradados de un color a transparente, ella se fué.

Cuando uno de los ancianos llegó al hospital, y subió a la habitación, vió al otro sentado en una silla en el pasillo con la cabeza entre sus manos, maldijo para sus adentros no haberse podido levantar antes para llegar más temprano.
Cumpliendo con el trato no hablado de esperar "su turno", recorrió el pasillo en dirección de la salida, pero al pasar por la puerta de la habitación, vió la cama vacía, se giró, el otro anciano no estaba esperando en la silla, estaba... estaba llorando. De su mano cayó lentamente aquellos dulces que tanto gustaban a Aurora, sus piernas temblaron, y sin saber por qué se acercó a la silla, puso su mano en el hombro de aquel viejo, el otro levantó la vista entre sus lágrimas y sólo pudo ver a un ser tan triste como él se sentía , se levantó y los dos se fundieron en un abrazo.

La segunda vez que llevaron flores a Aurora, no lo hicieron por separado, juntos fueron a su entierro, juntos se despidieron de ella.

Hoy los he visto otra vez, son las 8 y cuarto de la mañana, voy camino de mi trabajo, y al entrar en la estación de Atocha, en su invernadero, veo a los dos viejecitos, uno apoyado en el otro, uno ayudando a caminar al otro.

Entran en la estación y se sientan en el café enfrente de las palmeras y las plantas tropicales.

- "Hoy me toca invitar a mi al desayuno"
- "Vale, pero esta vez me dejaras que te enseñe mis fotos"
- "Pero si ya me las has enseñado mil veces"
- "Ya pero yo también he oido como te rompieron el corazón mil veces y sigo escuchando la misma historia"


Sobre la mesa de mármol, se desparraman las fotos amarillentas juntos los pedacitos de un corazon roto, y entre el café,dos ancianos sonrien y en silencio piensan... piensan en un punto en común.

Ahora se tienen uno al otro.

lunes, noviembre 02, 2009

Un día amaneció, con el cielo de un azul que recordaba a la mar, en esos días que invitan a echarse a nadar y nadar, sin parar, sin volver la vista hacia la playa.

Bajó a la acera, y a pesar de ser de día, sintió que en el cielo las estrellas estaban ardiendo.
Sobre el camino se dibujaron unas vias de tren, en linea recta, como aquel teorema en el cual las líneas rectas sólo se cortan en el infinito, así eran aquellas vías , dibujadas en línea recta... sin fin... y él se echó a andar , y anduvo... anduvo..., hasta que su alma le dijo "parate".

Cuando se dió la vuelta, simplemente se encontró perdido, con la sensación de que en alguna estación de tren todo se perdió.

Y volvió a caminar, porque como decía aquella canción.. "es mejor caminar que parar y ponerse a temblar".
Simplemente vagó por ciudades de rascacielos hechos de cristal, de desiertos donde la arena llegaba a cubrirte el alma.
Vagó por bosques repletos de flores aunque no recordase sus nombres, por valles dónde fué tentado a quedarse, pero al poco de pararse, las vías del tren volvían a aparecer y él vovía a echarse a andar.

A pesar de su viaje,cada noche de cada día, escribía, escribía una carta de amor, sin destinatario, sin nombre, por que en el fondo él sabia que cuando su viaje terminara, entregaria esas cartas, y de sus labios sólo una frase saldría: "las escribí por y para ti".

Hasta que un día siguiendo aquellas vías su alma le dijo "Párate", y él, ¿quién era él para no asentir a su alma?, se paró.
Y sobre aquellas vías se desparramaron sus recuerdos, el camino andado, las letras de aquellas cartas, las canciones, y se les quedó mirando, en silencio y quieto, como aquellas vías que seguían sin fin en línea recta y que... quien sabe quizás se juntaran en el infinito.

Recogió las palabras las depositó de nuevo en las cartas, y dejó lo demás sobre aquellas vías, "es hora de volver", se dijo y el alma asintió, "es hora de volver".

Y volvió a vagar por bosques repletos de flores cuyos nombres nunca llegó a recordar, por desiertos donde la arena cubría hasta el alma, por ciudades de rascacielos hechos de cristal.

Hasta que regresó.

A las casas blancas, a las calles por donde solía pasear, al café que olía a tiempo antiguo, y sin embargo tenía la sensación de que todo había cambiado, que aquellas ya no eran las calles, ni el café, ni su pueblo, incluso cuando bajó a ver el mar, su mar, tenía un color diferente.

Allí sentado en la arena entendió que a veces no es bueno volver al lugar donde se ha sido feliz.

Un figura se aproximó a él, se sentó ni muy cerca ni muy lejos, y le miró a la cara.

- Creo que adivinaras quien soy.
- Si, creo que si, me he dedicado a perderte más de una vez, y siempre que he vuelto a ti tu mirada era diferente.

La figura guardó silencio.

- Dueles, dueles mucho, un dolor que a veces creo que no llegaré a soportar.

La figura abrió sus brazos, y él cobijo su cabeza en el regazo de ella.

Sollozó.

Ella le acunó por unos instantes.

- ¿Vida?.- preguntó él.
- ¿Si?.- contestó ella.
- ¿Sabes que vendrá después?, A veces se me cansan las palabras.

La figura volvió a callar.

Sobre la arena de la playa aparecieron las vías de un tren, en línea recta, infinitas como si al final se uniesen para siempre.

Él se levanto, la figura ya no estaba allí.

Y comenzó a andar sobre las vías.