jueves, septiembre 29, 2005

Un cuento ... Parte 1

Tenias la cara aplastada contra aquel cristal circular que era la ventana de tu camarote, que era aquel camarote de tu barco, que era tu barco el que era tu mundo.
Todo estaba oscuro, la noche había cubierto, un día mas, como si hubiese vestido de luto la luz del sol, tus ojos intentaban ver mas allá y solo podían percibir el pequeño brillo de las estrellas y el reflejo de la luz del palo mayor sobre las aguas. Estabas solo, te sentías solo, pero eso era algo que siempre habías hecho, no recordabas desde cuando, quizás desde siempre. Te hacías echo a la mar solo y volvías a los dos o tres días, unas veces tu rostro reflejaba el llanto de aquellos días, otros solo era el cansancio.
Cuando volvías, atracabas el barco al amanecer, descendías lentamente y te encerrabas en tu casa hasta el atardecer, luego con paso firme te dirigías a la taberna abrigado por una amplia sonrisa y allí volcabas todo tu interior, reías, charlabas... la gente te quería.
Seguías intentando observar algo a través de aquella ventana, podías oír el zumbido del motor rompiendo las olas, mientras te dirigías a ninguna parte, tus ojos buscaban y buscaban, los cerraste lentamente y te dejaste caer en el sillón, por tu mente fugaces imágenes del pasado pasaban. Recordabas aquel día que te levantaste, cerraste la puerta y dejando las llaves a la señora del hostal del pueblo, le diiste: “Cuide mi casa, algún día volveré”. Te alejaste del pueblo, de su mar y te perdiste en el camino hacia la ciudad. Al principio todo te pareció grande y maravilloso, aquellas luces que iluminaban las calles, esos majestuosos edificios de cristal que se alzaban hasta casi rozar las nubes, te embriagaron y como el alcohol te sumieron en un estado de euforia. Pasabas los días recorriendo las calles, observándolo todo y por primera vez sentiste que habías encontrado lo que tu corazón siempre te había estado demandando.
Siguieron los días, los meses y los años, poco a poco aquel sentimiento se fue cubriendo con un velo de nostalgia y de tristeza.
Habías hecho amigos, si, pero te sentías vacío, habías encontrado el amor, si, pero sentías que este moría en cada amanecer de igual manera que tu ser se iba con cada caída de sol. Y tu sonrisa se fue apagando, aunque se disfrazara de día, tu sabías que al caer la noche tu disfraz quedaría colgado en el perchero hasta el día siguiente, que volverías a vestirte con el.
Así hasta que una mañana, sin decir nada volviste a aparecer por el pueblo, recogiste las llaves con un simple “He vuelto” y retomaste tu vida. Nunca fue lo mismo, seguís siendo aquella persona sonriente que irradiaba un halo de enigmático misterio entre feliz y risueño, sin embargo el que se paraba a mirarte al fondo de los ojos podía ver un lago de añoranza quieto y tranquilo.
Volviste a la mar, salías en tu barco por la mañana, temprano saludando a tus compañeros de faena y al caer la tarde volvías cargado con la pesca de la jornada, a veces vendías toda la mercancía y entonces te emborrachabas en la taberna invitando a todo el mundo, cuando el resto de las embarcaciones volvían mas vacías que tu, les decías donde estaban los bancos de peces, otras, repartías tu pesca entre los demás, quedándote solo con lo suficiente para ti. Tú eras así, y a pesar de que mucha gente intentaba hacerte ver que perdías el tiempo actuando de esa manera, que tu barco envejecía como tu sin cuidarte, simplemente te encogías de hombros y reías.
Un atardecer, al amarrar el barco al puerto viste una figura desconocida en el rompeolas, las calles se encontraban vacías y cuando descargaste los cajones en la lonja nadie se acerco a tomarlos y pesarlos. Fuiste al centro de reunión y al llegar pudiste oír gritos, abucheos, protestas y aplausos. Entraste, el ambiente cargado de humo empaño tus ojos. Todos callaron al verte llegar, pausadamente te dirigiste a la tribuna, te sentaste, no dijiste nada, no preguntaste nada, hasta que alguien se levanto y dirigiéndose a ti te dijo: “ Van a construir una fabrica conservera, es el final de nosotros quieren comprar los terrenos, casa por casa” No pestañeaste, no te inmutaste, con tu tranquilidad habitual te levantaste y dijiste “Y que? Si todos permanecemos aquí nada podrán hacer, hemos vivido desde siempre, nuestros abuelos y sus abuelos ya pescaban aquí, si todos somos uno al final tendrán que marcharse”.
La gente asintió, y por fin en el ambiente se dibujo una sonrisa. Fuisteis a la taberna y allí tácitamente todos brindaron contigo jurando resistir hasta el fin. Cuando esa noche volviste a casa rompiste a llorar, sabias que era el principio del fin, y lloraste desconsoladamente como un niño.
A la mañana siguiente un poso de resaca en tus ojos delataba la larga noche que habías sufrido, recordabas los últimos tiempos en la ciudad y parecía que ahora estos volvían a por ti.
Sonó el timbre de la puerta, abriste y apareció ante ti como si de algo mágico se tratase, aquella mirada te desnudo, atravesándote como un cuchillo atraviesa la mantequilla. Se presentó, era del Consejo de Medio Ambiente y estaba allí para elaborar un informe sobre el impacto medio ambiental de la construcción de la conservera. Le habían dicho que tu eras la persona indicada para mostrarle las playas y la mar.
Pasaste una semana junto ella, la ilustrabas sobre las aves que anidaban en los riscos principalmente Albatros y al atardecer salías a la mar. Poco a poco un brillo empezó a reflejase en tus ojos, te estabas enamorando de nuevo y el temor anidó en ti, el temor a verla marchar, y no dijiste nada y no hiciste nada y callaste, solo te limitabas a sumergirte en su mirada, a buscar un roce, el mínimo contacto. Y por las noches cuando yacías en la cama tu mente volaba a sus brazos y te imaginabas entre ellos, como si fueran un puerto que acogiera tu barco, un abrazo que lo cubriera todo, que te inundara de besos y así hasta que los parpados caían por el peso del sueño. .....



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Mañana la 2 y última parte.

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