lunes, septiembre 12, 2005

Sueños son Parte 12

Dejé pasar el fin de semana, bebí más de lo acostumbrado para que mi mente no diera mas vueltas de las necesarias, e intenté dormir el máximo tiempo posible, ¿estaba intentando fugarme de la realidad?, sinceramente, si.
Menos mal que llegó el lunes y me sumergí en el trabajo, la huida fácil, pero aquella noche, en la cama, oyendo como él dormía, pensaba en si ir de nuevo al café, ¿qué historia tendría para contar? ¿intentaría que quedásemos otra vez?. En el fondo, deseaba verle, y escucharle. Y me dormí con mi imagen en la mesa viendo como narraba una de sus historias....

A las siete de aquel martes dejé el trabajo decidida a ir al café, convencida que era dueña de mis actos, y que de igual manera que había decidido ir, podría dejarlo todo en cualquier momento.
Esa tarde el café estaba lleno, no había parado de llover en todo el día y la gente se refugiaba allí. Pensé que quizás aquello fuera una señal, que debería irme sin arriesgarme a jugar un juego del que quizás no era del todo consciente. Pero él me vio y me señaló una mesa reservada. Me senté, pedí mi café, y me dispuse a dejarme ir, a perderme en esa hora que se estaba convirtiendo en mi mundo paralelo.

Le miré a los ojos, me miró. Y su sonrisa sacudió mi corazón. Miré a mi alrededor por si alguien se había percatado de mi rubor y por un momento me sentí como una niña de quince años ante su primer amor.

Y empezó su cuento, y empecé a escucharle.

“...estaba sentado en la playa, era un día como otro cualquiera cuando ya el verano empezaba a acabar. septiembre alzaba sus manos atrapando esos últimos días, y fue entonces cuando le vi. Quizás había estado allí mas días, pero era ahora cuando repare en él, era un chiquillo de unos 5 o 6 añitos, llevaba una caja plateada entre sus manos, daba dos pasos, se detenía, miraba al mar, y se sentaba en la orilla removiendo la arena.
Miré a mi alrededor, parecía que nadie se percataba de su presencia, pero había algo en aquel niño que me atraía, le seguí observando.
Removía la arena como si estuviese buscando alguna cosa, al poco rato abría la caja y depositaba en ella lo que había encontrado. la cerraba, se quedaba mirando pensativo al mar, y se volvía a poner de pie, otros dos pasos y el mismo ritual.

Se me hizo tarde y a pesar de que me intrigaba que era lo que guardaba en su cajita, me marché con la esperanza de volvérmelo a encontrar.
Al día siguiente, nada más llegar a la playa, lo busqué con la mirada pero no estaba, resignado volví a tumbarme para aprovechar los últimos rayos de sol de mis vacaciones.
No tuve noción del tiempo que había pasado pero debía ser tarde, la playa estaba mas desierta que de costumbre, cuando a lo lejos, le vi.
Hacia lo mismo que el día anterior, esta vez me decidí a acercarme, me coloqué detrás de ely asi pude ver como removía la arena y entonces entre sus pequeños dedos apareció una concha tan pequeña que casi no la podía distinguir desde donde estaba, el chiquillo, la lavo quitándole cualquier rastro de arena, abrió su cajita y la guardó. Se quedó mirando el mar unos instantes y volvió a levantarse anduvo dos o tres pasos y se sentó de nuevo, la intriga me pudo y me senté a su lado.

Hola.- le dije.

El contestó a mi saludo, me miró fijamente y sonrió, en sus ojos vi la ternura e inocencia de aquel pequeño, su sonrisa era cálida no había atisbo ninguno de sorpresa o timidez, se diría que me estaba esperando.

Le vi limpiar otra concha y guardarla en la cajita, pero esta solo tenia unas cuantas, cuando si todos los días hacia lo mismo debería estar llena.

- Que haces? - le pregunté
- ¿No lo ve? .- Me dijo.
- Si, ya veo guardas esas conchitas que encuentras en tu caja
- ¿Es eso todo lo que ves?
- ¿Si, hay algo mas?
- Piensa, pero no pienses con tu cerebro piensa desde tu corazón
- No sé que me quieres decir.
- Quizás se te ha olvidado hacerlo, mira, recojo estas conchitas como recuerdo del día que estoy aquí, son el regalo del mar, lo mas hermoso que puedes tener, y eso puede quedarse en el olvido, entonces yo rebusco y rebusco lo que el mar me ofrece y algunos no ven, al limpiarlo de arena quiero reflejar que lo cuido que le presto atención que estoy con la concha y luego lo guardo en el lugar mas preciado para mi, en esta cajita, y allí se que cuando la vuelva abrir estarán. Al final del día devuelvo al mar todas las conchas, en señal de que nada nos pertenece, solo lo tenemos prestado. Y así empiezo el siguiente día hasta que me marche de la playa.
-
Le miré asombrado, y le pregunté:

- ¿Pero si tiras las conchas como te acordaras de ellas?

El me contestó

- ¿Acaso para sentir hay que ver?, ahora tengo que irme, adiós y buena suerte con tu mar.

Desapareció ante mis ojos, no sé por que pero sin quererlo unas lágrimas se deslizaron por mis mejillas, aquel chiquillo había resumido lo que debería ser la vida.

Ahora tumbado en mi cama en el final de mis días, lo recuerdo, recuerdo su mirada, su cálida sonrisa y parece que lo tengo junto a mi, miro en mi mesilla y allí está, me hice mi propia cajita, y al abrirla puedo ver las cosas tan maravillosas y felices que el mar me regaló, nunca me pertenecieron del todo, mas en ella, en esa cajita tienen todas un sitio guardado.

Quizás cuando cierre los ojos, pueda jugar con el niño a coger mas conchas, quizás hasta a chapotear con las olas del mar......”

Yo escuché como iba narrando la historia, y sentía que era él, el niño y el hombre, y dentro de mi, él avanzaba, inexorablemente sin resistencia alguna, como un grito de libertad que surge de las entrañas hasta la garganta.

Y lloré.

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