lunes, marzo 14, 2005

Silencios



Sonó la cerradura de la puerta, un giro a la izquierda, dos a la derecha, y esta cedió al empuje. Pasos, pesados y cansinos. “Hola Buenas noches”.- Alberto se te acercó y dejó un suave roce en tus labios. “¿Qué tal el día?, ¿que hay para cenar?”. Cuando te quisiste dar la vuelta para verle solo distinguiste su espalda camino del dormitorio, “Judias verdes, ¿te apetecen?” “Si, claro está bien”. Pusiste la mesa la garrafita del vino, dos platos, dos tenedores, dos cuchillos, dos servilletas. Alberto sonrió, “Tiene buena pinta y bien ¿tu día?” Más tu cabeza pensaba.. “ mi día, mi día, cuatro paredes, tres electrodomésticos y tú, ese es mi día esos son mis días.” La cena acabó como todas las noches, él se fue a encender la televisión, mientras tú recogías los platos, oíste el rutinario sonido del presentador del telediario, él en su sofá y tu en el tuyo. Tic, tac, tic, tac... Hora de irse a la cama, un beso, un buenas noches, tú te acercas esperando una ración de amor, algo que al menos te hiciera sentir, pero sólo dos palabras de él: “Estoy cansado”, se levantan como un muro infranqueable, y te das la vuelta para sumergirte en un sueño húmedo donde otras manos y otro cuerpo te hagan vibrar, recordarte que aún no estas muerta, que vives y gozas.

Sonó la cerradura de la puerta, un giro a la izquierda, dos a la derecha, y esta cedió al empuje. Pasos, pesados y cansinos. “Hola dijiste” y él respondió con un seco “¿Qué tal?”, “¿Un mal día?”, “Si creo que no cenaré”. A la mierda 3 largas horas, tu trabajo, tus ánimos y tu sudor. Te acercaste e intentaste besarle, un poco de calor, de apoyo, “Déjame, no estoy de humor, creo que me ducharé y me iré a la cama”. Te miraste en el espejo, las arrugas empezaban a cruzar tu frente y el cansancio hacía mella en la textura de tu piel. Recordaste aquellos días en los que no notabas que abría la puerta y de pronto algo caliente y húmedo recorría tu nuca sus manos abarcaban tus pechos, su cuerpo se pegaba al tuyo y la cena, la cena.... podía esperar, sentada en la encimera te hacía el amor como si fuera la primera vez, como si fuera la última vez que te lo haría.

Sonó la cerradura de la puerta, un giro a la izquierda, dos a la derecha, y esta cedió al empuje. Pasos, pesados y cansinos. “Hola... ¿Hola?... ¿Hay alguien en casa?...”
Sólo quedó el eco de la puerta al cerrarse.

1 comentario:

Francesca dijo...

ay!
hoy no puedo decir más.